18 diciembre, 2008

¿HEDONISMO O AMOR?

Erich Fromm defiende en su libro El arte de amar que no se puede amar a alguien que no te quiere y yo estoy completamente de acuerdo, el amor no es una pasión, no es un deseo, ni si quiera es una fuerza interior, el amor no tiene glamour, es un edificio que se construye día a día con el esfuerzo de dos personas, es una carretera de dos direcciones, es una aventura complicada y difícil que exige una fuerte convicción. Por desgracia, hoy en día el verdadero amor es una quimera y los consumidores de sentimientos lo han vuelto un sinónimo de sexo, de búsqueda de autosatisfacción, un objeto fácil de sustituir o intercambiar, de usar y tirar.
Oscar Wilde fue quien, sin lugar a dudas, mejor supo retratar las mieles del hedonismo y las oscuras aguas en donde acaba por sumergirse el alma de sus seguidores. Casi un siglo después y con la misma sutileza del autor irlandés, Denys Arcand, el director de la caída del imperio americano o las invasiones bárbaras, quiso actualizar a nuestro tiempo el mensaje de El retrato de Dorian Gray para denunciar el principal mal que sufre nuestra civilización, la superficialidad. Los protagonistas de estas dos películas, unos profesores de universidad, historiadores por cierto, viven buscando satisfacer todas sus pasiones, gozando todos los placeres sin reparar en las consecuencias, y disfrutando de una existencia intensa pero, al final, vacía. Estos personajes caminan por sus vidas empujados por una inercia de individualismo y placer mundano que les impide amar profundamente, implicarse en una relación, lo que acaba por conducirlos a la soledad y, lo que es peor, a dañar a las personas para las que son importantes. Al final de su vida, después de tanto deleite, uno de estos profesores se pregunta por el sentido de la vida y no encuentra respuesta. Este es el mundo en el que nos ha tocado vivir y yo me siento débil e indefenso, no tengo ni dinero ni trabajo en una sociedad materialista; no me se vender en una sociedad consumista; no soy guapo en una sociedad superficial; y, el mayor de mis pecados, me enamoro como un tonto en un tiempo en el que lo que se valora es la capacidad de “pasar del otro”, de mantener la independencia. Me siento desorientado ¿en quién se puede confiar cuando las personas cambian sus sentimientos con la misma facilidad que cambian de teléfono móvil o salen corriendo cada vez que las cosas se ponen feas? Si como dice Erich Fromm el amor es cosa de dos y es un trabajo diario, nosotros sólo controlamos la mitad de una ecuación que al final se resume en algo tan simple y a la vez tan complicado como amar a la persona acertada.

01 diciembre, 2008

A VUELTAS CON LA HISTORIA

En los comentarios sobre la entrada del 19 de noviembre “Desmemoriados” se ha abierto un interesante debate a propósito de la utilidad social de la historia y su relación con los intereses de los ciudadanos de a pie. Bueno, a mi no se me puede acusar de mantener la historia alejada de la gente, durante cuatro años he impartido clases de historia de género en centros sociales a mujeres de todo tipo y condición, en su mayoría amas de casa con pocos estudios. También he dado clases de historia en asociaciones de mujeres separadas. Además, mi blog es un ejemplo de mi intención de divulgar el gusto y la utilidad del saber histórico. Sin embargo, si que tengo que reconocer que, en muchas ocasiones, mientras escribía mi tesis me preguntaba si aquello que estaba haciendo servía para algo o le interesaba a alguien, es difícil responder a esa pregunta, el valor de la historia contemporánea es fácilmente justificable por su actualidad constante pero ¿qué pasa con el pasado más remoto? Y las complejas y farragosas tesis doctorales sobre temas poco relevantes ¿son necesarias? Se trata de un debate muy interesante que no sólo tienen que resolver los historiadores sino que deben hacerlo las sociedades en su conjunto, decidir qué lugar otorgarle a la cultura y al conocimiento del ser humano. Estoy de acuerdo con Lou Marinoff, el autor de Más Platón y menos Prozac, en que el olvido por parte de nuestras sociedades de la búsqueda del conocimiento personal y transcendente está creando individuos neuróticos que acuden a los psicólogos o a los libros de autoayuda para encontrar respuestas a preguntas que antes resolvían los filósofos. Yo quiero pensar que el grado de desarrollo de una civilización no se mide sólo por su renta per cápita sino, especialmente, por su nivel de conocimiento y su cultura ¿Qué se recuerda y admira de la Atenas clásica? ¿Sus logros económicos, sus victorias militares o sus filósofos, historiadores y dramaturgos?