20 febrero, 2009

EL CHOCOLATE Y LAS MUJERES.

A menudo se afirma que la gran misión de España en América durante sus tres siglos de presencia fue la evangelización del Continente. Sin embargo, al margen de los grandes objetivos que se propusiera la Iglesia, para las damas españolas, la asistencia a cualquier ceremonia religiosa suponía un entretenimiento social que no dudaban en utilizar para lucir públicamente la calidad y riqueza de su condición. Una señora importante acudía a la iglesia acompañada de sus sirvientas y esclavas, usaba un cojín y no era raro, por muy extraño que hoy nos parezca, que escuchase el oficio mientras disfrutaban de un chocolate en sus lujosas tazas de porcelana, ayudadas de sus delicadas servilletas ricamente decoradas. Ésta costumbre se encontró muy extendida y gozó de una gran popularidad entre las mujeres españolas de Chiapas, a pesar de la oposición de los obispos de la diócesis. Tomas Gage nos describe su experiencia en esta ciudad, advirtiendo cómo las mujeres aseguraban que no serían capaces de resistir la misa a no ser que tomaran durante la misa una taza de chocolate y algo de comida para fortalecer sus estómagos: “Con este propósito era muy común ordenar a sus criadas que les trajeran a la iglesia, en mitad de la misa o del sermón, una taza de chocolate, lo que no se podía hacer sin crear una gran confusión e interrumpir tanto la misa como el sermón”.[1]
Fue tanta la pasión que tenían las mujeres principales por tomar este alimento en la iglesia que este mismo autor nos cuenta cómo el obispo de Chiapas, escandalizado por el atrevimiento de las damas criollas, decretó la excomunión para todo aquel que se atreviera a comer y beber en el templo durante el servicio religioso, “esta excomunión fue tomada muy a pecho en especial por las señoras, que protestaron diciendo que si no podían comer ni beber en la iglesia tampoco podrían asistir a ella para oír la misa a la que estaban obligadas”. El obispo se enfrentaba a uno de los poderes fácticos del reino, las mujeres principales, y pagó por ello las duras consecuencias. Así nos relata el autor inglés las diferentes estrategias que desplegaron las españolas para oponerse a aquella decisión:
Las mujeres, viéndole tan firme en su posición, empezaron a desacreditarle con palabras despreciativas y llenas de reproche, y a burlarse de la excomunión, bebiendo tranquilamente en la iglesia, como pez en el agua, lo que causó un día tal escándalo en la catedral que se llegaron a desenvainar las espadas contra los sacerdotes y sacristanes, que intentaron quitar a las criadas las tazas de chocolate que habían traído para sus señoras; éstas, al comprobar que ni por las buenas ni por las malas podrían llegar a persuadir al obispo, se decidieron a abandonar la catedral en donde estaban acosadas tanto por el obispo como por los subordinados, y desde aquel momento la mayoría de la ciudad acudió a las iglesias de los monasterios, donde las monjas y los frailes no causaban molestias, aunque estaban obligados a desobedecer el mandato del obispo; esto ocasionó que las limosnas y estipendios por las misas que antes daban al obispo pasaran a engrosar las arcas de los conventos, enriqueciéndolos al mismo tiempo que la catedral se empobrecía. Esto no duró mucho, ya que el obispo comenzó a odiar a los frailes, y promulgó otra excomulgación, obligando a toda la ciudad a acudir a su propia catedral. Las mujeres no obedecieron y permanecieron en su casa durante un mes entero[2]
El desacreditar públicamente a un personaje o el desviar las importantes remesas económicas de las limosnas fueron algunos de los medios que las señoras criollas utilizaron para influir en la vida pública. Finalmente, todo este increíble enfrentamiento acabó de la única forma posible, el obispo fue envenenado y con él murió la oposición a que las mujeres tomaran chocolate mientras escuchaban los oficios. Este suceso deja patente la fuerza de ciertas costumbres cuando estas fueron interpretadas como privilegios por el grupo social dominante pero también como siempre es más prudente darles la razón a las mujeres.
[1] GAGE, Thomas, Viajes por la Nueva España y Guatemala, Historia 16, Madrid, 1987, p.261.
[2] Ibid. p. 262.

Mujer española con su esclava negra, s. XVIII, Museo de América de Madrid.

12 febrero, 2009

TODOS MENTIMOS

Todo el mundo miente. Yo siempre desconfío de la gente que va por la vida presumiendo de auténtica y de sincera, sólo ha habido un caso en el que incumplí esta norma y aun estoy pagando las consecuencias. Vivir en sociedad nos obliga a ser hipócritas, sería maravilloso poder decir siempre y en cada momento lo que uno piensa pero no es viable, acabaríamos matándonos unos a otros. Si aceptamos que la mentira es inevitable y consustancial al animal político que definía Aristóteles, entonces la cuestión es la siguiente ¿Cuándo es lícito mentir y cuándo no?
Muy a mi pesar yo tengo fama de sincero, aunque soy tan mentiroso como cualquiera, en mi opinión la clave está en que procuro no mentir nunca en temas importantes, suelo decir siempre la verdad sobre mis sentimientos, hablo sin pensar mucho las cosas y no guardo motivos ocultos o interesados, todo lo cual me hace bastante transparente a los demás, tanto que, cuando trato de mentir, la gente que me conoce se percata rápidamente. Siendo esto así, mis mentiras suelen reducirse a la invención de historias, la exageración de anécdotas para hacerlas más interesantes, o la hipocresía típica con el jefe, el familiar capullo o el amigo pesado, todos ellos aspectos bastante inofensivos para los demás. Es importante dejar claro esto último porque lo que convierte a la hipocresía cotidiana en “mentira piadosa” es, precisamente, la intención con la que se formula la mentira. Así, si lo que mueve al mentiroso es la cobardía (no hay peor mentira que la ambigüedad) o el egoísmo, no nos encontramos frente a un santo sino ante una persona miserable y sin escrúpulos. Por otro lado, tampoco debemos sacralizar el hecho de mentir para no herir los sentimientos de los demás, cada vez nos movemos en un mundo más hipócrita donde lo políticamente correcto y lo bienintencionado nos está volviendo incapaces de llamar a las cosas por su nombre, de manifestar lo que pensamos o de quejarnos de lo que no nos gusta. El problema está en que, sin versos sueltos, todos nos volvemos aburridamente dóciles e iguales.
No cabe duda de que la mentira es un arma poderosa en manos del que sabe utilizarla en su propio beneficio, los políticos conocen esto muy bien, pero contra los que se aprovechan de los ingenuos por medio de embustes yo siempre digo lo mismo: “el problema no lo tiene el que es capaz de confiar en los demás y le traicionan, el problema lo tienen aquellos que son tan débiles que se muestran incapaces de hacerse merecedores de esa confianza”

EL VIRREY


05 febrero, 2009

VIAJE A SALAMANCA.

9:08. Dejo Madrid atrás con destino Salamanca y viajo con la sensación de que no queda sólo una ciudad a mis espaldas, dejo mis preocupaciones diarias, mis angustias prosaicas, mis decepciones, y me dirijo hacia mis ilusiones. La idea de trabajar 3 años de profesor en Salamanca me fascina, estoy emocionado y no puedo esperar, quiero llegar ya, estoy tan nervioso que me cuesta concentrarme en la lectura.
A mi lado viaja la típica salmantina, lleva un abrigo y unas botas negras, que acompañan la belleza de su pelo largo y negro como el azabache. Salamanca me espera y tiene mucho que ofrecerme.
10:35. Sigo de camino a Salamanca, me muevo por caminos nuevos para mí. El paisaje de Castilla es hermoso, entre el verde y el amarillo de sus campos de trigo y hierba que contrastan con un horizonte azul salpicado de nubes grises. Siempre me ha gustado viajar en tren, es como ir observando un cuadro que va cambiando, sólo se debería viajar así, los trenes tienen un aire romántico que la frialdad de los aviones y sus aeropuertos nunca podrán conseguir.
Acabo de terminar el libro que estaba leyendo, Memoria de mis putas tristes de Gabriel García Márquez, un libro valiente para escribirlo un anciano, que sólo puede permitirse alguien que, después de Cien años de soledad, está por encima del bien y del mal. En fin, al paso que voy no descarto acabar mis días como el protagonista de la novela, como un viejo verde.
La salmantina duerme a mi lado, tapando su rostro con su hermoso pelo negro mientras el sol va acariciando lentamente todo su cuerpo.
13:20. Admirando la majestuosidad de la plaza mayor de Salamanca, uno no puede evitar recordar las palabras de Bernal Díaz del Castillo cuando comparaba la grandeza de aquel lugar con la magnífica plaza de Tenochtitlan. Toda la ciudad encaja perfectamente con el paisaje, el puente romano sobre el rio Tormes, la piedra de sus edificios o su excelente gastronomía hecha a base de productos de la tierra.
La casa de las conchas me gustó por su originalidad pero fue ante la fachada de su universidad donde me emocioné al sentir el peso de la historia sobre mí, era como si los Reyes Católicos me mirasen desde su rosetón preguntándome si era consciente de lo que suponía dar clase allí, por donde pasaron personajes de la talla de Nebrija, Beatriz Galindo, Fray Luis de León, Góngora, el Conde Duque de Olivares, Saavedra y Fajardo, Unamuno, o, por encima de todos, mi admirado padre Vitoria, un hombre con la amplitud de miras suficientes como para crear las fundamentos del derecho internacional en base a la polémica sobre los justos títulos de los derechos de los monarcas españoles sobre América.
18:30. Vuelvo a Madrid, a la rutina, al refugio desde donde espero las noticias que cambien mi vida. La reunión con los profesores de la universidad de Salamanca ha ido muy bien, están dispuestos a apoyar mi incorporación al proyecto de investigación. Ahora sólo queda preparar los papeles y esperar que, por una vez, la suerte me sonría y pueda volver a aquella ciudad maravillosa a hacer lo que más me gusta.