Mi viaje a Polonia ha sido una experiencia increíble. Estoy muy feliz de haber podido tener la oportunidad de visitar un país tan diferente de los que ya conocía. Nunca antes había estado en Europa del este ni había pisado una antigua república de la órbita soviética, así que iba con las mayores expectativas y la verdad es que el resultado no me ha decepcionado.
Es absurdo pensar que una persona en 4 días puede hacerse una ligera idea de lo que es el paisaje y la cultura de un país. Sin embargo, sí que creo que este corto periodo de tiempo puede servir para quedarse con algunas ideas generales, aun a riesgo de poder caer en superficialidades. A mi, los paseos y conversaciones en Varsovia y Cracovia me sugirieron algunas ideas, como que las ciudades en Polonia son extremadamente limpias, es difícil ver un papel tirado en el suelo y mucho menos una cagada de perro, cosas que, por otra parte, resultan bastante habituales en el sur de Europa, por no hablar de mi querido México. Otra diferencia es el silencio, no se oye barullo por la calle ni dentro de la universidad o de los restaurantes. Además, se trata de ciudades muy seguras, donde no es raro ver a chicas andando solas a altas horas de la noche. Pero quizá la mayor distancia la marca la luz, da igual la hora del día que sea o si está nublado o despejado, parece que el sol fuese tímido en esa parte del mundo, que tuviera vergüenza de mostrarse en todo su esplendor, y eso, para un latino es algo muy duro. Uno tiene siempre la sensación de estar en la penumbra, una sensación que se acentúa por el gusto polaco por la luz artificial tenue en el alumbrado público o en el doméstico.
Mis primeros días en Polonia estuvieron ocupados por el congreso al que había sido invitado en la universidad de Varsovia pero aun así pude sacar tiempo para irme a conocer los alrededores. A mi la ciudad no me pareció especialmente bonita, fue arrasada por los nazis al final de la segunda guerra mundial y tuvo que ser reconstruida piedra por piedra. El casco antiguo ha sido rehabilitado conforme a cómo pudo haber sido su aspecto original y logra su objetivo de engañar al espectador. Sin embargo, el centro histórico, que es la parte más hermosa, se ve en una mañana y el resto de la ciudad tiene la típica arquitectura soviética de edificios funcionales y espartanos, una homogeneización que no dejaba ningún tipo de margen al adorno o a la imaginación, pero que resulta muy ilustrativa de lo que pudo haber sido ese periodo de la historia polaca.
Después de conocer Varsovia me propuse superar mi resaca de vodka polaco y dirigirme a Cracovia. Estaba a tres horas de distancia pero me apetecía mucho hacer el viaje en tren. Siempre he creído que uno de las mejores formas de conocer el paisaje de un país es a través de la ventana de uno de sus vagones. Así que me decidí a madrugar para aprovechar las pocas horas de luz y me fui para la estación. El paisaje resultó un poco monótono pero nuevamente también muy ilustrativo, valles llenos de árboles y granjas.
La ciudad de Cracovia me encantó, es impresionantemente hermosa. Se trata de un conjunto tan bonito de calles, iglesias y plazas, que resulta un placer dar un paseo sin prisa entre sus monumentos y edificios. El interior de la Basílica de Santa María es una de las obras religiosas más bellas y originales que conozco, y que yo diga esto de una iglesia es digno de subrayarse. Además, tuve tiempo de visitar el gueto judío, que también era una cosa que me hacía mucha ilusión, e incluso de ver el interior de alguna de sus sinagogas. Por último, en el castillo de Wawel pude entrar en la catedral y visitar la polémica tumba del gemelo que se murió en el accidente aéreo de Rusia. En resumen, un día completo que le recomiendo a cualquiera que tenga el tiempo y el dinero para permitírselo.
De todas formas, lo que más me impresionó del viaje y que seguramente sea el recuerdo que conserve con más fuerza en mi mente, no fueron los monumentos o los edificios de las ciudades que visité, sino lo espectacularmente hermosas que son la polacas. De verdad que no se trata de un comentario frívolo, las mujeres polacas son una auténtica obra de arte: Impresionantemente guapas e impresionantemente atractivas. Yo creo que de haber pasado un solo día más en ese país me hubiera acabado de volver loco y me habrían tenido que atar con cuerdas como a Ulises para que resistiese las innumerables tentaciones. Quizá el hecho de que las polacas estén tan buenas me haga tan sumamente duro el comprobar cómo en ese país tan católico aun puedes encontrarte monjas jóvenes por sus calles. No se, supongo que cada uno imagina el paraíso de una manera diferente, pues bien, el mío está lleno de monjas polacas, de eso no me cabe la menor duda.
Es absurdo pensar que una persona en 4 días puede hacerse una ligera idea de lo que es el paisaje y la cultura de un país. Sin embargo, sí que creo que este corto periodo de tiempo puede servir para quedarse con algunas ideas generales, aun a riesgo de poder caer en superficialidades. A mi, los paseos y conversaciones en Varsovia y Cracovia me sugirieron algunas ideas, como que las ciudades en Polonia son extremadamente limpias, es difícil ver un papel tirado en el suelo y mucho menos una cagada de perro, cosas que, por otra parte, resultan bastante habituales en el sur de Europa, por no hablar de mi querido México. Otra diferencia es el silencio, no se oye barullo por la calle ni dentro de la universidad o de los restaurantes. Además, se trata de ciudades muy seguras, donde no es raro ver a chicas andando solas a altas horas de la noche. Pero quizá la mayor distancia la marca la luz, da igual la hora del día que sea o si está nublado o despejado, parece que el sol fuese tímido en esa parte del mundo, que tuviera vergüenza de mostrarse en todo su esplendor, y eso, para un latino es algo muy duro. Uno tiene siempre la sensación de estar en la penumbra, una sensación que se acentúa por el gusto polaco por la luz artificial tenue en el alumbrado público o en el doméstico.
Mis primeros días en Polonia estuvieron ocupados por el congreso al que había sido invitado en la universidad de Varsovia pero aun así pude sacar tiempo para irme a conocer los alrededores. A mi la ciudad no me pareció especialmente bonita, fue arrasada por los nazis al final de la segunda guerra mundial y tuvo que ser reconstruida piedra por piedra. El casco antiguo ha sido rehabilitado conforme a cómo pudo haber sido su aspecto original y logra su objetivo de engañar al espectador. Sin embargo, el centro histórico, que es la parte más hermosa, se ve en una mañana y el resto de la ciudad tiene la típica arquitectura soviética de edificios funcionales y espartanos, una homogeneización que no dejaba ningún tipo de margen al adorno o a la imaginación, pero que resulta muy ilustrativa de lo que pudo haber sido ese periodo de la historia polaca.
Después de conocer Varsovia me propuse superar mi resaca de vodka polaco y dirigirme a Cracovia. Estaba a tres horas de distancia pero me apetecía mucho hacer el viaje en tren. Siempre he creído que uno de las mejores formas de conocer el paisaje de un país es a través de la ventana de uno de sus vagones. Así que me decidí a madrugar para aprovechar las pocas horas de luz y me fui para la estación. El paisaje resultó un poco monótono pero nuevamente también muy ilustrativo, valles llenos de árboles y granjas.
La ciudad de Cracovia me encantó, es impresionantemente hermosa. Se trata de un conjunto tan bonito de calles, iglesias y plazas, que resulta un placer dar un paseo sin prisa entre sus monumentos y edificios. El interior de la Basílica de Santa María es una de las obras religiosas más bellas y originales que conozco, y que yo diga esto de una iglesia es digno de subrayarse. Además, tuve tiempo de visitar el gueto judío, que también era una cosa que me hacía mucha ilusión, e incluso de ver el interior de alguna de sus sinagogas. Por último, en el castillo de Wawel pude entrar en la catedral y visitar la polémica tumba del gemelo que se murió en el accidente aéreo de Rusia. En resumen, un día completo que le recomiendo a cualquiera que tenga el tiempo y el dinero para permitírselo.
De todas formas, lo que más me impresionó del viaje y que seguramente sea el recuerdo que conserve con más fuerza en mi mente, no fueron los monumentos o los edificios de las ciudades que visité, sino lo espectacularmente hermosas que son la polacas. De verdad que no se trata de un comentario frívolo, las mujeres polacas son una auténtica obra de arte: Impresionantemente guapas e impresionantemente atractivas. Yo creo que de haber pasado un solo día más en ese país me hubiera acabado de volver loco y me habrían tenido que atar con cuerdas como a Ulises para que resistiese las innumerables tentaciones. Quizá el hecho de que las polacas estén tan buenas me haga tan sumamente duro el comprobar cómo en ese país tan católico aun puedes encontrarte monjas jóvenes por sus calles. No se, supongo que cada uno imagina el paraíso de una manera diferente, pues bien, el mío está lleno de monjas polacas, de eso no me cabe la menor duda.
Plaza principal de Varsovia
El virrey en la Universidad junto al cartel del congreso
Plaza principal de Cracovia con el mercado de telas y la torre del ayuntamiento al fondo
Plaza de Cracovia
Basílica de Santa María en Cracovia
Calle de Cracovia con la entrada a la ciudad al fondo