11 mayo, 2011

CRÓNICA DE MI VIAJE A LOS BALCANES

Si antes de mis vacaciones de Semana Santa de este año alguien me hubiera dicho que se había recorrido 6 países en 10 días, yo le hubiera dicho que menuda gilipollez que había hecho y que así no se conoce bien nada. Pues bien, después de pasar por Sofía, Skopie, Ohrid, Tirana, Podgorica, Belgrado, Novi Sad y Timisoara, creo que en ese pequeño tiempo, si bien uno no puede conocer la cultura ni la realidad de un país, es posible aprender muchas cosas sobre la gente y la historia de esos lugares.


Una cosa que puedes percibir rápidamente es que, quitando Belgrado, ninguna de las ciudades por las que pasamos estaba preparada para el turismo y creo que de momento tampoco les interesa mucho. Tanto David “el sobradito”, como yo, sabíamos que este no era un viaje para ver cosas bonitas o museos sino para aprender un poco sobre como estaban las cosas en ese lugar del mundo y por qué se lió la que se lió hace tan solo unos años. Las infraestructuras de estos países son tercermundistas y las conexiones entre ellos están muy mal articuladas. Nosotros hemos viajado en autobuses, un minibús conducido a través de las montañas por un camicace albanés, múltiples taxis, trenes que parecían sacados de una peli de los años 30, y hasta haciendo autostop, el momento más peligroso del viaje cuando, después de pasar a pie la frontera que unía Albania con Montenegro, nos recogieron unos albanokosovares de dudosa reputación. Este variada forma de viajar estuvo muy bien porque nos permitió descubrir el paisaje de los países por los que nos movíamos y aprender, como en el caso de Albania, que se trataba de un país extremadamente rural y pobre en el que a un dictador paranoico (como todos) se le ocurrió la genial idea de llenar el territorio de cientos de miles de bunkers.


La primera generalización que quiero hacer a partir de mi experiencia, a riesgo de que me crucifiquen públicamente, es que creo que en esa zona no hay ningún plato digno de tenerse en cuenta. Es cierto que en Skopie me comí el mejor kebab de mi vida, y que en toda la región tienen unos pastelitos de hojaldre y miel muy ricos, pero comida, lo que se dice comida, poca y mala. En Sofía es especialmente sangrante la cosa, está inundada de pizzerías y Mac Donalds. Ahora bien, como dice mi amigo el sobradito, el vino puede haberlo o no, beberse o no, pero en cualquier lado puedes encontrar cerveza, y la de Bulgaria estaba muy buena.


Antes de pisar Macedonia no tenía ni idea de lo que me iba encontrar pero esperaba hacerme una foto en algún monumento en el que apareciese Filipo o Alejandro Magno. Sin embargo lo que me encontré fue algo muy distinto, una especie de Yugoslavia en pequeñito, un país artificial compuesto por musulmanes, católicos y ortodoxos en el que pocos creen. La inseguridad nacional se refleja en que la bandera, esa que parece sacada de un comic de manga, está por todas partes. El barrio musulmán es muy bonito y sus habitantes aun conservan la costumbre de reunirse para jugar al dominó, las cartas o el ajedrez mientras se toman un té turco. Así acabé yo jugando una partida de ajedrez con un montón de abueletes musulmanes que no hacían más que dar gritos, reírse y meter mano en el tablero, toda una experiencia. Y de Alejandro nada de nada, ahí le consideran griego (con los que se llevan muy mal) y no quieren saber nada de él, toda una decepción.


Albania fue sin duda el gran descubrimiento del viaje. Tuvimos la suerte de ir a ese caótico país en época de elecciones y eso nos permitió comprender muchas cosas. A pesar de que la población albanesa es fundamentalmente musulmana, toda la capital estaba llena, además de los carteles de los diferentes partidos políticos, de banderas de la OTAN y de Estados Unidos, lo cual nos recordó la guerra de Kosovo y los intereses yanquis por tener una base permanente en la zona. Pero esta americanofilia (si es que existe esta palabra) llega a extremos ridículos, una de las principales avenidas de Tirana se llama George W. Bush y por la noche, mientras veíamos el robo que le hacían al Real Madrid frente al Barcelona, vivimos una escena esperpéntica que refleja muy bien lo que estamos diciendo. Al bar que elegimos para ver el partido, casualidades de la vida, llegó entre aplausos el embajador de EE.UU. con uno de los candidatos a las elecciones, inmediatamente aparecieron tres cámaras de televisión y dos fotógrafos para inmortalizar el momento. La evidente intención política de la situación quedó clara cuando el embajador, al cual le importaba una mierda el soccer europeo, al final de la primera parte, cuando ya le habían grabado y fotografiado suficientemente, se levantó y se piró de allí con todo su cortejo de lameculos. Otra cosa evidente que refleja esta anécdota es la cultura globalizada en la que vivimos, ya que por todos los países por los que pasamos la noticia deportiva del momento era el partido del Madrid. A mi me llamó mucho la atención ver que, los cabrones de los albaneses, que iban a muerte con el puto Barça, vivían el partido como si de la resolución de su competición nacional se tratase. De todas formas, me parece que más que el fútbol, lo que les gusta por allí es apostar dinero, porque si de algo están llenas las calles de Serbia o Albania es de casas de apuestas donde puedes ver los partidos de cualquier liga mundial.


Por último, no hace falta ser muy listo para reparar en que Macedonia o Albania son muy diferentes a Serbia y Montenegro. Y no lo digo por la herencia turca tan evidente en los primeros. Es algo que no es fácil de explicar pero que se percibe rápidamente, contrasta el descontrol de los albaneses con el orden de los eslavos y, por supuesto, racial y culturalmente te das cuenta de que estas ante dos realidades distintas. Los serbios son un poco más serios y reservados que en el resto de países por los que pasamos, latinos con sangre fría como decía el tío del sobradito. Los hombres parecen marines, muchos van con el pelo rapado, están cuadrados por el gimnasio y llevan tatuajes de águilas o cruces, mientras que las serbias y montenegrinas son muy guapas y estilosas. En Belgrado, que de noche tiene una marcha de la leche, aun quedan testimonios de los bombardeos de la OTAN, impresiona ver los huecos dejados por las bombas en lo que alguna vez fue el ministerio de defensa. Estando allí te das cuenta de que aun les queda mucho para llegar al nivel de España pero también tienes la sensación de que en Serbia y Montenegro hay un gran potencial y de que van a ir para adelante rápidamente.


A Timisoara, la hermosa ciudad rumana en la que terminaba nuestro viaje, ya llegué agotado y con ganas de tirarme una semana metido en la cama. Sin embargo, tenía en los labios el sabor dulce que me dejaba la sensación de saber que en la mochila, además de ropa sucia, me llevaba muchas otras cosas inolvidables.