12 mayo, 2016

BRASIL TRAICIONADO



Hasta ahora no había escrito sobre la situación política y social en Brasil porque no quería hablar mal de un lugar que me acogió con los brazos abiertos y me dio trabajo. Sin embargo, ahora vivo aquí y no puedo quedarme al margen de lo que pasa. Creo que la mejor manera de agradecer a Brasil todo lo que me ha dado es hacer propios sus problemas e intentar contribuir, en la manera de lo posible, a mejorarlo. Por eso tengo que denunciar el golpe institucional que ayer se produjo en el país. Sé que la mayoría de las personas que leen mi blog no son brasileñas y por eso quería explicarles lo que pasa desde mi punto de vista. Hablando con familiares y amigos uno se da cuenta de que la información que llega afuera simplifica demasiado los hechos y ofrece, en muchas ocasiones, una visión parcial de lo que sucede. A estas alturas, a nadie le puede sorprender que escriba que los medios de comunicación acostumbran a manipular la información en función de sus intereses empresariales en América latina. Se avecina el final de la izquierda en la región y nuevas oportunidades de negocio se abren para los inversores extranjeros. En esas circunstancias, pocos se acuerdan de la enorme población pobre de esos países, castigada durante décadas por el peor liberalismo económico, que durante los últimos años vio mejorar sus condiciones de vida exponencialmente.
La presidenta legítima del país, Dilma Rousseff, ha sido apartada del poder por una trama de políticos sin escrúpulos, capaces de corromper las normas constitucionales para conseguir sus objetivos partidistas. El proceso de impeachment que ayer culminó en el senado, sólo fue posible por una venganza personal del presidente de la cámara, Eduardo Cuña, un auténtico gánster, ahora apartado del cargo por los varios procesos de corrupción que pesan sobre él. Cuña sólo aceptó a trámite un pedido de impeachment sin argumentos válidos como venganza contra el partido de los trabajadores (PT), que decidió no apoyarle en el proceso del Consejo de Ética que se abrió contra él. Para que exista impeachment tiene que haber crimen de responsabilidad y nadie tiene dudas sobre que las llamadas “pedaladas fiscales” por las que se juzgó a Dilma, básicamente maquillar los datos económicos, además de ser una práctica habitual, no generan ningún tipo de crimen.
Por tanto, lo que se hizo fue un juicio político a la presidenta. El problema es que Brasil no es un sistema parlamentario donde el gobernante necesita una mayoría en el congreso que la apoye, sino uno presidencialista. Millones de Brasileños votaron a Dilma como presidenta y hoy se ven traicionados por un mal uso de sus instituciones, capaces de cambiar la decisión de las urnas sin ningún tipo de escrúpulo.
Entre los partidarios del impeachment se suele alegar la corrupción de Petrobras como argumento para acabar con el gobierno, lo que no se dice es que esa corrupción se extiende también por los partidos de la oposición, empezando por el nuevo presidente, Michel Temer, y el líder de la oposición, Aecio Neves. Mucho se ha hablado también sobre el uso político que ha hecho el juez del caso lava jato, Sérgio Moro, del proceso. Para mí eso quedó fuera de toda duda cuando incendió premeditadamente el clima social del país al grabar una conversación entre Dilma y Lula para inmediatamente hacerla pública a través de la red globo de televisión.
En mi opinión, el problema de la actual situación de Brasil es una derecha antidemocrática que en ningún momento aceptó los resultados de las últimas elecciones. Si quieren llegar al poder, que consigan más votos que el PT. Una de las cosas que más me ha llamado la atención de Brasil es que existe una élite económica profundamente clasista que odia al PT por los cambios que introdujo en el país. Esa derecha liberal no soporta que se hayan incorporado a la sociedad grupos que tradicionalmente habían quedado excluidos, como pobres, negros, gays… Consideran que la izquierda compra los votos por realizar una política de asistencia social y no ven el momento de acabar con programas reconocidos internacionalmente como la bolsa familia, que permitió salir de la pobreza a millones de personas, o “minha casa, minha vida”, que proporcionó viviendas sociales en un país con falta de casas. A esa derecha salvaje súmenle un grupo de radicales religiosos, muchos de ellos pertenecientes a iglesias evangélicas, y perturbados mentales amantes de las armas que son partidarios de asesinar a todos los delincuentes del país. De ese cóctel es lógico que saliese ese espectáculo vergonzoso que fue la votación en el congreso del impeachment, con diputados con banderas en las manos votando por Dios, haciendo el gesto de la pistola con los dedos, o dedicando su voto a torturadores.
Me gustaría hablar de otro Brasil, de todos eses otros brasileños que no se resignan y continúan luchando por la democracia, que defienden una sociedad más justa, pero desgraciadamente esta es la situación y hoy es un día de luto.