22 noviembre, 2016

POPULISTAS Y REALISTAS.


Una idea recurrente en la prensa española después del triunfo de Donald Trump en las elecciones norteamericanas es que 2016 fue el año del populismo. A la victoria del polémico político republicano se sumaría el Brexit, el “no” a los acuerdos de paz en Colombia, el avance de la extrema derecha xenófoba en diferentes países europeos, etc. Y claro, de paso meten una alusión a Podemos en España, que cualquier excusa es buena para meterse con el partido de Pablo Iglesias. El problema es que el adjetivo de populista se utiliza para todo y para todos, derecha o izquierda, Europa o América latina, y ya nadie sabe muy bien lo que significa. El diccionario de la RAE no ayuda mucho, si uno busca populismo aparece la siguiente definición: “Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. En principio, no parece que intentar conseguir el apoyo de los grupos populares de la sociedad, normalmente los menos favorecidos, sea una cosa tan negativa como para que la palabra populista signifique la suma de todos los males que puede reunir un político. En el lenguaje coloquial su uso es más amplio, tendría que ver con aquellas personas que engañan a la gente prometiendo cosas que no pueden cumplir, pero aquí nuevamente entramos en un espacio impreciso. No conozco ningún político que no haga promesas que luego no cumple, según esa idea, todos serían populistas. ¿Es populista decir que se tiene que subir el sueldo mínimo? ¿Qué las grandes fortunas también tienen que pagar impuestos?¿Qué se va a nacionalizar una empresa estratégica? Yo creo que no, son sólo opciones políticas perfectamente aplicables.
Luego también están los gestos, es populista el que besa a un niño en un mitin o el que se hace una foto con la camiseta de la selección, pero nuevamente, eso lo hacen la mayoría. Tiene que ser otra cosa lo que los distinga, quizás sea el discurso político, ya que otra de las características que apuntan los académicos para identificarlos es que establecen una división social dicotómica, entre nosotros y ellos, entre puros e impuros. Sin embargo, los autodenominados “políticos realistas”, también establecen una división entre ellos, que saben lo que hay que hacer, y los populistas, que no tienen sentido común, son utópicos y van a llevar al país a la ruina. En resumen, otra dicotomía entre buenos y malos, o lo que es peor, entre listos y tontos.
Entonces, si nadie sabe explicar bien lo que es un populista ¿Por qué se utiliza tanto la palabra? En mi opinión, existe una clara intención propagandística. La idea es confundir a las personas, que no sepan identificar cuáles son las características particulares de cada fenómeno político analizado. El chavismo no tiene nada que ver con Donald Trump, ni la campaña de Uribe en Colombia con el Brexit en Reino Unido, o Syriza con Berlusconi. La imprecisión consigue vaciar de contenido la palabra y, de esa forma, puede aplicarse a conveniencia. Así, el camino ya está allanado para poder acusar de populista a cualquier movimiento político que intente proponer algo nuevo o diferente. En el caso de Podemos, el calificativo de populistas se incluye en la vieja estrategia del miedo, asustar a las personas con esa palabra que recuerda tanto a Hugo Chávez como a Trump. La comparación con este último resulta especialmente dolorosa, ya que la izquierda siempre estuvo en la vanguardia de la lucha contra el racismo, el machismo o la xenofobia.
Por otro lado, la generalización del término populista simplifica el fenómeno. La descalificación de los llamados populistas oculta los motivos por los que tanta gente los apoya y evita la autocrítica de los políticos “realistas”. En primer lugar, todo el mundo sabe desde la segunda guerra mundial que la desigualdad y la pobreza son el caldo de cultivo del nacionalismo. El desempleo, la falta de oportunidades, puede empujar a la clase obrera al racismo y a la xenofobia. Los políticos “realistas” son responsables de gobernar sólo para unos pocos, empeorando las condiciones de vida de la mayoría. Además, es precisamente el desencanto de una gran parte de la población con una clase política alejada del ciudadano y corrupta, lo que abre la puerta a partidos liderados por personajes populares que no son políticos profesionales (empresarios, militares, actores o payasos). Para muchos, cualquier cosa es mejor que un político o que el hijo de un político. Por tanto, tal vez sea más interesante, antes de descalificar al adversario con la palabra populista, pensar cuáles son las diferencias entre unos y otros. Y en vez de pensar que sus votantes son estúpidos que no saben elegir, preguntarse porque tantos les siguen. Quizás así los políticos puedan hacer autocrítica y volver a conectar con esa masa de gente de la que se alejaron hace tiempo. Si no, serán precisamente esos  “realistas” quienes caben con su incapacidad la tumba de nuestras democracias.