13 octubre, 2017

MIOPÍA POLÍTICA




Después de la tensión de las últimas semanas, la ridícula intervención de Puigdemont y la decepción de los independentistas han dado paso a una sensación de euforia en el lado contrario que no comparto. En primer lugar, no podemos olvidar que el problema persiste, miles de personas en Cataluña no se sienten españolas y eso no va a cambiar. La fractura de la sociedad catalana y española es un hecho muy preocupante que la actitud arrogante de los últimos días no ayuda a resolver. Que los defensores a ultranza de la legalidad constitucional (o de su interpretación) no se engañen, los desafíos que ha planteado el llamado “proces” al Estado no se remedian con la persecución judicial, se necesita diálogo y respeto para integrar de nuevo a la sociedad y negociación para atender las demandas políticas de ambas partes. Cualquier solución que se base en la humillación del derrotado, está condenada al fracaso. Además, aplicar el artículo 155 o presionar demasiado a la parte moderada del bando independentista es una provocación que puede ayudar a los más radicales a tomar el poder y continuar con la política suicida de confrontación del todo o nada.
Los independentistas han llegado hasta donde han podido, intentaron compensar el enorme desnivel de fuerzas con el Estado español con una estrategia de movilización de masas que estuvo a punto de darles resultado gracias a los errores de Rajoy. Ahora, forzados por la realidad, están obligados a negociar y el gobierno español no debería caer en la tentación de aplastar al derrotado, de ignorarlo. Estamos ante una oportunidad única de reconciliación “nacional”, sea cual sea la nación, que espero que no sea desaprovechada.