22 abril, 2006

MÉXICO

Desgraciadamente no me traje a México el cable de la cámara necesario para descargar las fotos tan increibles que he hecho en estos últimos días. Así que no me queda otra opción que tratar de verbalizar unas sensaciones que hubieran quedado muy claras con una sola imagen. Hay varias cosas que yo intuí de Nueva España durante mi larga estancia de hace un año que esta vez han sido ampliamente reafirmadas. La primera es la absoluta pasión que todos los novohispanos sienten por la comida, de verdad que es algo increible, se pasan el día botaneando (comiendo entre horas) todo tipo de caprichitos con nombres impronunciables (cebiche, tejuino, tamales, salchipapas, chicharro, nieves, raspados, tacos o quesadillas en todas sus variantes, camarones cocinados de mil formas, cocos, mangos, carnitas, dogos....), todo con un inevitable sabor a limón, sal y chile picoso. Acompañado, como no podía ser de otra forma, por chelas, aguas de diversos sabores y tequila del bueno. Su gula llega a tal punto que se ha convertido en una forma de ocio, salen a comer cierta cosa en cierto sitio, es el consumismo gastronómico llevado a un desenfreno tal que uno no puede sentarse cinco minutos en una playa o en una plaza sin que no aparezca un vendedor de panes dulces o de helados tentándole. Yo, que no he dudado en sumergirme en esta cultura gastronómica, debo decir que he tirado 6 semanas de gimnasio a la basura y me ha salido en 20 días una pedazo de tripa que os aseguro que nunca antes había tenido (tanto es así que no me la creo y dudo si no será consecuencia de algún virus tropical). Una cosa está clara, debo volver a la triada mediteranea o sospecho que acabaré perdiendo mi escultural figura, muerto de un paro cardiaco.
La segunda cosa que he reafirmado es que el pacífico es un mar bastante cabronazo, tiene tanta fuerza que, si se me permite la expresión, dudo que alguien pueda echar una meadita agusto en su interior, te lleva y te trae como si fueras una pluma movida por el viento, sin voluntad. Por otro lado, su atardecer es una de las cosas más hermosas que he visto en mi vida (que me perdonen Serrat y mi querido Mediterraneo) pero de esto, dejaré suficiente prueba en cuanto pueda colgar mis fotos.

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