Durante años, aquel fotógrafo
desencantado con la vida, había recorrido incansablemente el mundo tratando de captar
en su objetivo momentos únicos, escenas que resumiesen historias, instantes
congelados capaces de transmitir sentimientos. Pero aquella búsqueda exterior también
era profundamente interior, porque no existe la imagen neutra y cada fotografía
debía pasar antes por el filtro del alma del artista. Así, con objeto de poder
entender la realidad que quería atrapar, el fotógrafo se identifico con cada
uno de los lugares que visitó, y aquello le consumió lentamente. El idealista
de la juventud dejó paso a un pragmático y escéptico gruñón, que recelaba de la
condición humana y despreciaba el mundo que le rodeaba. La nausea le angustiaba
y ansiaba lugares tranquilos, solitarios, llenos de naturaleza, con horizontes
amplios y soles incombustibles. El deseo de calmar los recuerdos que anegaban
su espíritu, las llamas de la frustración, le llevaron a una pequeña aldea al
lado del mar. Nada había ya en este mundo que le interesase y se disponía a
contemplar cómo se consumía su vida sentado en la terraza de un viejo bar. Sin
embargo, cada día un pequeño detalle enturbiaba su propósito, eran apenas
chispazos, pequeñas impresiones no buscadas ni deseadas. La vida continuaba negándose
a cumplir sus expectativas, en este caso aquellas forjadas tras décadas de decepciones.
Esas grietas desconcertantes podían nacer del placer de contemplar unas gaviotas
divirtiéndose con el viento, de la estampa de un grupo de pescadores recogiendo
las redes de su viejo barco al final de la tarde, o de la imagen de la belleza cotidiana
de una mujer que, recién levantada y descuidada, se afanaba por tender la ropa
contra el sol, dejando entrever la hermosura de su perfil.
09 diciembre, 2012
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5 comentarios:
Hola, podes contactarme para hablar de una posible colaboracion?
Perdon, mi email: willydekid@yahoo.de
Muy bonito. ¿Ficción o realidad?
Adeus
Já gastámos as palavras pela rua, meu amor,
e o que nos ficou não chega
para afastar o frio de quatro paredes.
Gastámos tudo menos o silêncio.
Gastámos os olhos com o sal das lágrimas,
gastámos as mão à força de as apertarmos,
gastámos o relógio e as pedras das esquinas
em esperas inúteis.
Meto as mãos nas algibeiras
e não encontro nada.
Antigamente tínhamos tanto para dar um ao outro!
Era como se todas as coisas fossem minhas:
quanto mais te dava mais tinha para te dar.
Às vezes tu dizias: os teus olhos são peixes verdes!
e eu acreditava.
Acreditava,
porque ao teu lado
todas as coisas eram possíveis.
Mas isso era no tempo dos segredos,
no tempo em que o teu corpo era um aquário,
no tempo em que os meus olhos
eram peixes verdes.
Hoje são apenas os meus olhos.
É pouco, mas é verdade,
uns olhos como todos os outros.
Já gastámos as palavras.
Quando agora digo: meu amor...,
já se não passa absolutamente nada.
E no entanto, antes das palavras gastas,
tenho a certeza
de que todas as coisas estremeciam
só de murmurar o teu nome
no silêncio do meu coração.
Não temos já nada para dar.
Dentro de ti
não há nada que me peça água.
O passado é inútil como um trapo.
E já te disse: as palavras estão gastas.
Adeus."
(Eugénio de Andrade)
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