30 octubre, 2013

EL VIAJE.



En un hotel que no conoce, de una ciudad en la que nunca estuvo. Sentado sobre la cama, con las manos sobre las rodillas y la cabeza erguida, su mirada atraviesa la pared del cuarto y se pierde en el vacío:

- ¿Cómo he llegado a este lugar? ¿Qué hago aquí?

Las preguntas resuenan en su cabeza como el eco de una cueva. Una mirada sin brillo asoma en sus ojos, demasiado tarde para volver, pero para volver a dónde:

- Yo tenía una vida, tenía una familia y ahora, no tengo nada.

Sus manos se cierran de repente, siente rabia, odio... Mira al suelo furioso, se calma poco a poco ¿a quién podía culpar? ¿al destino? nunca creyó en el destino, todo el mundo tiene problemas pero él no supo enfrentarlos, no supo superarlos y perdió, lo perdió todo. Sin embargo, la duda lo atormenta, lo asfixia: ¿En qué momento dejó de haber vuelta atrás? ¿Aquello era inevitable o pudo haber hecho algo diferente con su vida?…

Se siente solo pero no quiere pagar por compañía, no tiene a quién llamar, está aburrido, asqueado de la vida, se levanta, da vueltas por la habitación, se vuelve a sentar. Encima de la cama hay un cuadro del mar, de un mar sin nombre como aquella ciudad y aquel hotel. Hace años, cuando era joven, buscó un lugar así, el sitio donde por fin sería feliz, donde todos sus sueños se harían realidad, pero no lo encontró, no lo encontró porque sólo existía en su mente, como la mujer que quería, la mujer que sí existía pero que él no supo ver….

Sobre la mesilla una biblia, la coge con desprecio y la guarda en el cajón, no quiere verla, no se traga sus mentiras, no será en sus historias que él encuentre consuelo, ni en las del televisor que tiene en frente, ni en la botella del minibar… todo eran maneras de huir de la realidad, pero no le servían, la suya era viajar, conocer lugares nuevos y abandonarlos antes de que se convirtieran en rutinarios, era un adicto de la novedad, de la adrenalina de pensar que esa vez sería diferente, que esa vez podría quedarse… pero era sólo una ilusión, un espejismo que cada día se apagaba un poco, hasta desparecer entre el tedio y la amargura.

Se tumba sobre la cama hecha, contempla el techo blanco y la vieja lámpara en forma de araña, aburrido, las preguntas siguen golpeando su cabeza:

- ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué sentido tiene todo esto?

El segundero del reloj de mesa suena incómodamente, sigue pensando, se angustia, da vueltas en la cama, y finalmente encuentra una salida, una respuesta que le tranquiliza por un instante:

- No hay elección, no pude vivir de otra manera…

Edward Hopper, Habitación de hotel, 1931, Museo Thyssen, Madrid