27 julio, 2008

UN LIBRO PARA LA PLAYA

Aprovechando que estamos en verano, quiero recomendaros un libro que acabo de leer y me ha encantado: El libro de las ilusiones de Paul Auster. Además, creo que es perfecto para la playita porque te engancha desde la primera página.
Durante los últimos cinco años pero, especialmente, durante los últimos dos, el doctorado me ha absorbido de tal manera que la mayoría de los libros que he leído eran de historia o filosofía, y como os podéis imaginar el objeto de estas obras hacía pocas concesiones al estilo. Ahora que por fin vuelvo a tener tiempo, me apetecía recuperar la literatura, leer por placer y no por obligación, disfrutando de una historia bien contada. En este sentido, Paul Auster ha sido todo un descubrimiento para mí. Este autor es, ante todo, un buen narrador, preocupado por desnudar psicológicamente a sus personajes dentro de una trama perfectamente organizada. Así, el libro de las ilusiones va tejiendo una red de vidas truncadas, de experiencias intensas, unidas por el hilo de los sentimientos. Sentimientos que, al verlos reflejados en diferentes situaciones y de distintas maneras, nos transmiten la idea de que son universales. El libro refleja una forma de entender la existencia que resume una cita espléndida de François René Chateaubriand de la primera página: “El hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas, enlazadas unas con otras, y ésa es la causa de su desgracia”. Sin embargo, para Paul Auster, después de cada vida fracasada hay una posibilidad de redención, de renacer de las cenizas del dolor y volver a empezar, aunque siempre a través del amor.

Posdata: Este autor y este libro los he descubierto a través de mi buen amigo Carmona quien, gracias a su egocentrismo, me obligó a comprarlo en la feria del libro de Madrid para que después se lo dejara.

19 julio, 2008

SOÑAR LA VIDA


Si dormir me acerca un poco a ti
mientras en la vida te escapas
como arena entre los dedos,
entonces prefiero soñar;

Cuando despertar cada mañana
es una decepción amarga,
un mar de ansiedad,
entonces prefiero soñar;

Si la maldita distancia
es una espada de Damocles
y el miedo atenaza mis sentidos,
entonces prefiero soñar;

Cuando no puedo olvidarte
ni dejar de quererte,
mientras el tiempo me arranca
el recuerdo de los secretos de tu cuerpo,
entonces prefiero soñar;

cuando el destino me condena a esperar
y la esperanza quizás sólo sea un espejismo,
entonces soñar es más intenso que vivir.

(Alberto Baena)

10 julio, 2008

EL PERDÓN

Uno de los principales defectos que observo en la gente que me rodea es el orgullo, la mayoría de personas se creen en posesión de la verdad y son incapaces de ponerse en el lugar del otro, de cuestionarse sus decisiones, de hacer autocrítica, de relativizar las cosas, de contemplar las situaciones desde diferentes puntos de vista y considerar las distintas posibilidades. Cuando me quejo de la estrechez de miras de los individuos que forman nuestra sociedad, no me estoy refiriendo sólo a los grandes temas que afectan a la política sino, en especial, a los pequeños conflictos que encontramos en nuestra vida cotidiana. El orgullo enturbia el alma y nos impide algo tan sencillo y generoso como pedir perdón ¿Por qué le cuesta tanto a las personas disculparse, asumir un error? ¿realmente es una cosa tan importante, tan dramática?
A mi se me ha acusado muchas veces, puede que con razón o puede que no, de falta de carácter porque no tengo ningún problema en pedir perdón, en muchas ocasiones lo hago aunque en realidad piense que yo no tengo la culpa (o por lo menos toda la culpa) de un hecho determinado. Pero ¿por qué me comporto así? Pues sencillamente porque no creo que el disculparse por algo deba entenderse como una especie de penitencia, de castigo redentor. El pasado no puede cambiarse y, por lo tanto, el sentimiento de culpa o el rencor son inútiles. La acción de pedir perdón debería significar el reconocimiento de que algo no se hizo correctamente, da igual de quién fuese la culpa, lo que uno trata de decir es que sucedió algo que estuvo mal pero que en el futuro tienes la voluntad de hacer las cosas bien.
Por desgracia, la gente sigue con la idea de que disculparse significa una rendición, asumir una derrota que su orgullo se niega a aceptar. A todos aquellos que afirman que no tienen nada por lo que pedir perdón, yo les preguntaría: ¿a qué tienen miedo?