13 junio, 2007

VIAJE MOVIDITO

Estoy sentado en un banco del aeropuerto de ciudad de México, muerto de cansancio y de sueño, tratando de recuperar los detalles de este peculiar viaje. Todo comenzó, como no podía ser de otra manera, al estilo del virrey: llegué a la Terminal 4 de Barajas dos horas antes del vuelo y me dirigí a facturar alegre y risueño, hasta aquí todo iba sobre ruedas salvo por un pequeño detalle, se me había olvidado el pasaporte ¡La madre que me parió! En un segundo toda mi felicidad se transformó en pánico y, poco después, mientras corría hacia la comisaría del aeropuerto, mudó en ansiedad. Mi cara de susto quedó plasmada en un fotomatón y me acompañará mientras viaje para recordarme que hasta el alter ego del rey en Nueva España necesita pasaporte para viajar a sus dominios.
Todo parecía solucionado, embutido en un asiento tan angosto como cutre es el servició de iberia (ni un vaso de agua en dos horas de vuelo, los cacahuetes son un lujo sólo al alcance de compañías con vergüenza), me dirigí a la capital de los piratas y ladrones más afamados de la historia, Londres. Un hora de fila, muerto de sed porque te obligan a dejar cualquier liquido, tuvo su clímax en el control de acceso donde los pasajeros debían despojarse de sus zapatos entre una nueve de olor a queso francés revenido, los terroristas nos han vuelto unos paranoicos acojonados que vistos desde fuera debemos vernos bastante ridículos. Aunque sospecho que lo de dejarnos descalzos era una táctica británica para que disfrutásemos de uno de los elementos arquitectónicos más típicos de Inglaterra, la moqueta (que puedes esperar de un país que pone moqueta en los cuartos de baño). Pero lo mejor estaba por llegar, una vez pasé el sabroso examen tenía que averiguar desde que Terminal debía embarcar y pedir si era posible que me cambiaran el asiento por uno más ancho, así que me dirigí a un puesto de información de Brithis, el despliegue de espaninglis que vino a continuación no puede ser explicado con palabras, las caras de asombro de los azafatos eran más elocuentes que cualquier descripción, pero conseguí mi objetivo y antes de irme quise disculparme: excusme for my englis. A lo que el puto inglés, descojonado por mi despliegue de talento lingüístico, me preguntó: where are you from? En ese momento yo estuve rápido de mente, para mi cualquier posibilidad de conservar la dignidad estaba perdida pero, por lo menos, debía salvar el orgullo patrio, así que, henchido de españolismo, le respondí: I am from Colombia. España no era culpable.

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