12 agosto, 2007

CRÓNICA DE MI VIAJE AL SUR

Después del largo paréntesis de las vacaciones, el virrey vuelve a ponerse al frente de su blog con más fuerzas que nunca. Mi intención es escribir una crónica sobre mi viaje al Sur (México DF, Oaxaca, Chiapas, Guatemala y Yucatán) pero como algunos de mis lectores se han quejado de que no me leen porque mis artículos son muy largos, he decidido escribir está historia por partes. La idea que tengo es exponer mis impresiones, lo que me llamó la atención en cada lugar, lo que sentí, y no hacer una descripción pormenorizada de todo lo que vi o visité. Así que ahí os va la primera entrega:
Aunque yo salí desde Guadalajara, puede decirse que, para mi, el viaje empezó y terminó en México DF, la capital de un país muy centralista que, como no podía ser de otra forma, resume hasta el extremo todas las características que definen a México, sus contrastes de riqueza mal repartida y barriadas de pobreza; de mariachis, tequila y Mc Donals; de edificios coloniales y bloques de apartamentos; de vida en la calle y lugares por los que es mejor no aparecer; o de turistas y masas de olvidados.
En esta ocasión nos tocó disfrutar de la ciudad de México más hermosa, esa que se viste con sus mejores galas para impresionar a sus visitantes, la de los canales de Chochimilco, la de Teotihuacan, la del hermoso zócalo, la de las calles y plazas de Coyoacán, la de mi siempre imaginada y querida Alameda. Y entre todo aquello, la mirada atormentada de Frida y la conciencia, nacional o proletaria, de los frescos de Diego Rivera, un lujo que demuestra que entre todos los millones de personas que se agolpan en aquella ciudad, siempre habrá un pequeño lugar para el talento y la genialidad (aunque sea para la picaresca que les legamos).
Después de tres días entre tacos, margaritas y la omnipresente lluvia vespertina, dejamos la ciudad de México dirección al sur, próxima parada, Oaxaca. Yo ya conocía esta hermosa ciudad, pero la primera vez que estuve las prisas no me dejaron apreciar su belleza en toda su magnitud. Según se baja en el mapa, México se muestra cada vez más indígena y la antigua ciudad de Antequera, de coloridas calles coloniales, mostraba en su plaza central todo el populoso mosaico de razas que alberga. Sus tianguis, su mercado, su comida, su espectacular convento, su trazado rectilíneo, todo me encantaba y paseando sin pretensiones llegué a una pequeña cafetería con la intención de recuperar fuerzas tranquilamente. El rico sabor de la mezcla del café me sorprendió, en México son aficionados al americano y el espresso les suele quedar demasiado amargo para mi gusto, pero aquel estaba bueno. Cuando felicité al camarero encargado descubrí que era un joven italiano (ahora todo encajaba), uno de esos aventureros que viven al día, sin grandes presiones ni preocupaciones, que yo tanto admiro. Nos regaló unos minutos de su tiempo y disfrutamos mucho de su conversación, no por lo que dijo sino por lo que transmitía, libertad y ganas de disfrutar la vida, un tipo simpático al que algún día volveré a visitar y que quien sabe si seguirá allí. Por cierto, si alguna vez vais, aprovechar para descubrir la belleza natural del estado, nosotros tuvimos la suerte de visitar las cascadas de Hiervelagua y bañarnos bajo la lluvia en unos yacusis naturales que se forman allí pero también cuenta con unas playas muy chulas a las que no pudimos llegar.
Y así, de noche y con lluvia, seguimos tentando la suerte, poniéndonos en manos de conductores de autobuses temerarios que desafiaban las carreteras de doble sentido llenas de curvas a velocidades demasiado peligrosas. Afortunadamente sobrevivimos a la ruleta rusa mexicana y llegamos a Tuzla Gutiérrez, la capital del estado de Chiapas. Pero esto merece un capítulo aparte.

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