08 enero, 2009

DÍAS GRISES

Desde la habitación del sanatorio mental, frente a la ventana, contemplando la lluvia caer sobre el bosque, Ana trata de pensar, intenta recordar todos los pasos del camino que le llevó hasta allí: su vida antes de que todo cambiara, la primera vez que distorsionó la realidad, el momento en que comprendió que nunca podría ser normal, su tentativa de suicidio, todos los hospitales y sus médicos. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo que ahora, en aquella tranquila tarde de otoño, Ana sentía la necesidad de recopilar aquellos hechos con la esperanza de darles algún sentido.
Estaba atardeciendo, el cielo se empezaba a despejar y en el lejano horizonte el sol se resistía a morir. Hasta la habitación llegaban los últimos rayos de luz, los más hermosos. La joven dirigió lentamente su mirada hacia un pequeño parque con columpios que se situaba justo en el margen del bosque, su mente trataba de desenvolverse torpemente mientras evocaba con nostalgia lo fácil que era todo en la infancia, los juegos, los amigos… Ahora vivir le resultaba demasiado complicado, un ejercicio de autocontrol que siempre acababa en fracaso. Recordaba a Mario, su primera cita y su primer beso, la emoción con la que preparaba su viaje a los Alpes antes de que su enfermedad les alejase irremisiblemente: - ¡si tan sólo se hubiera retrasado unas semanas aquel primer ataque! El tiempo suficiente para que hubiera podido hacer el viaje- Ana no podía evitar pensar en esa posibilidad, se compadeció durante unos instantes, pero aquella desazón no era más que el reflejo de una idea que le atormentaba constantemente: ¿Cómo habría sido su vida si no hubiera perdido el norte?.
Con su bata blanca, sus zapatillas de hospital y su pelo suelto, Ana se sentía ridícula. Durante sus años de estudiante había leído libros sobre arte y literatura, biografías de artistas o críticas sociales que presentaban la locura de una manera positiva, la chispa de la genialidad o del inconformismo, una fuerza motora capaz de romper las barreras de la normalidad política o estética, un don concedido sólo a unos pocos para que alcanzasen la inmortalidad. Sin embargo, Ana no tenía ningún talento especial, en ella la locura no era más que una condena que le impedía disfrutar de la vida. Cuando comenzaron las alucinaciones, primero se asustó y luego trató de rebelarse contra si misma, ignorar sus percepciones y disimular, pero pronto la paranoia le arrastró al precipicio, empezó a dudar sobre cual sería la verdadera realidad y perdió el juicio. Los pocos momentos de lucidez en aquel tenebroso mar de delirios eran insufribles, se odiaba por no ser normal, por no poder conservar la razón, y así llegó a la determinación de que la única salida posible era quitarse la vida. Lo que vino a continuación de su frustrado intento de suicidio estaba muy confuso en su mente, el efecto de las drogas y los calmantes le habían dejado la sensación de haber estado caminando sobre una nube de algodón, sólo tenía distintas imágenes de enfermeras, médicos y de sus padres en diferentes habitaciones de hospital.
Sonaron dos golpes en la puerta y pocos segundos después llegó hasta ella una enfermera que sostenía una bandeja con vasitos llenos de pastillas de varios colores. Antes de todo aquello Ana soñaba con ser periodista y viajar por todo el mundo, conocer otras culturas, le gustaba leer y escribir, ahora el efecto de la medicación le impedía cualquier ejercicio mental. Su vida era tranquila, sin sobresaltos, pero resultaba demasiado aburrida, insoportablemente monótona e insípida.
- ¿Qué sentido tenía seguir viviendo así? - se preguntaba la joven mientras tragaba dócilmente las píldoras. Nadie elige ser quien es, sólo decidimos que hacer con lo que nos dan y ella, simplemente, había tenido mala suerte.
Una vez se hubo asegurado de que su paciente había tomado correctamente la última de las pastillas, la enfermera dejó la habitación. Ana se dirigió nuevamente hacia la ventana y fijó su mirada en el horizonte buscando el sol, pero el sol ya había desaparecido.
(Alberto Baena)

Mujer en la ventana, Salvador Dalí

1 comentario:

ilmo dijo...

Muy bueno.Lo mejor desde que te leo. Enhorabuena.