12 febrero, 2009

TODOS MENTIMOS

Todo el mundo miente. Yo siempre desconfío de la gente que va por la vida presumiendo de auténtica y de sincera, sólo ha habido un caso en el que incumplí esta norma y aun estoy pagando las consecuencias. Vivir en sociedad nos obliga a ser hipócritas, sería maravilloso poder decir siempre y en cada momento lo que uno piensa pero no es viable, acabaríamos matándonos unos a otros. Si aceptamos que la mentira es inevitable y consustancial al animal político que definía Aristóteles, entonces la cuestión es la siguiente ¿Cuándo es lícito mentir y cuándo no?
Muy a mi pesar yo tengo fama de sincero, aunque soy tan mentiroso como cualquiera, en mi opinión la clave está en que procuro no mentir nunca en temas importantes, suelo decir siempre la verdad sobre mis sentimientos, hablo sin pensar mucho las cosas y no guardo motivos ocultos o interesados, todo lo cual me hace bastante transparente a los demás, tanto que, cuando trato de mentir, la gente que me conoce se percata rápidamente. Siendo esto así, mis mentiras suelen reducirse a la invención de historias, la exageración de anécdotas para hacerlas más interesantes, o la hipocresía típica con el jefe, el familiar capullo o el amigo pesado, todos ellos aspectos bastante inofensivos para los demás. Es importante dejar claro esto último porque lo que convierte a la hipocresía cotidiana en “mentira piadosa” es, precisamente, la intención con la que se formula la mentira. Así, si lo que mueve al mentiroso es la cobardía (no hay peor mentira que la ambigüedad) o el egoísmo, no nos encontramos frente a un santo sino ante una persona miserable y sin escrúpulos. Por otro lado, tampoco debemos sacralizar el hecho de mentir para no herir los sentimientos de los demás, cada vez nos movemos en un mundo más hipócrita donde lo políticamente correcto y lo bienintencionado nos está volviendo incapaces de llamar a las cosas por su nombre, de manifestar lo que pensamos o de quejarnos de lo que no nos gusta. El problema está en que, sin versos sueltos, todos nos volvemos aburridamente dóciles e iguales.
No cabe duda de que la mentira es un arma poderosa en manos del que sabe utilizarla en su propio beneficio, los políticos conocen esto muy bien, pero contra los que se aprovechan de los ingenuos por medio de embustes yo siempre digo lo mismo: “el problema no lo tiene el que es capaz de confiar en los demás y le traicionan, el problema lo tienen aquellos que son tan débiles que se muestran incapaces de hacerse merecedores de esa confianza”

EL VIRREY


1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues una de mis obsesiones, en mi continua búsqueda de perfeccionamiento diario, es evitar, en lo maaaaaximo posible, la mentira. He tenido un ejemplo cercano que mentía por tales gilipolleces - por no asumir por ejemplo que llegaba tarde porque tardó más de lo esperado, porque estaba cansado para ir a una cena - que la mentira me rechina a persona que no asume sus culpas.
Como ejercicio lo llevo al máximo, así que no la uso ni para la decoración de mis historias. Aunque siempre quedo mal porque rectifico a posteriori. Me sale de impulso la exageración en número o hechos, me arrepiento, y ahí va la corrección. A la gente no le queda claro el porqué de la precisión.
El ejemplo más gracioso de cómo la gente miente lo presencié hace poco en la cafetería de una gasolinera. Un tipo hablando por el móvil.
-Si señor, ya entiendo la prisa, y comprendo su preocupación, sé que es muy urgente, así que voy para allá inmediatamente. Cuelga, y se pone a remover el café bien sentado en la silla.
Pablitaparaguay