Tengo la sensación de que estamos viviendo un momento histórico, que mi generación se encuentra ante la oportunidad de elegir entre seguir por un camino que nos lleve al abismo o cambiar las cosas.
Cuando hablas con las personas en
la calle, da igual su edad, su nivel cultural o de renta, todos están hartos de
los políticos. Vivimos controlados por una aristocracia de gente sin
preparación ni capacidad para gestionar los recursos del país, cuyos méritos
consisten en saber moverse en las aguas del nepotismo y de los favores. Que están
más preocupados por devorarse unos a otros por un pedazo de poder que por
solucionar los problemas reales de los ciudadanos. Y por si todo eso fuera
poco, su falta de sentido cívico hace que una gran parte sean corruptos, que es
el peor tipo de ladrón que se puede llegar a ser. Ante esta situación, la gente
corriente, la que no gana millones ni ve protegidos sus privilegios por el
partido en el gobierno, se va desconectando cada vez más del sistema. Cada nueva
elección observa que los políticos prometen cosas que luego no cumplen al llegar al
poder, que se preocupan más por “los mercados” que por las personas, y no se
sienten representados. No hay división de poderes, los ricos tienen leyes
hechas a su medida y sólo se condena a los pobres, y cuando algún poderoso es
juzgado, se le indulta y todo solucionado. La democracia es una farsa y está
controlada por los partidos políticos, es tan poco democrática que los
ciudadanos no tienen ningún poder real para cambiar las cosas.
En España hay mucha gente sin empleo
y muchos de los que lo tienen han visto empeorar sus condiciones de trabajo y sus
sueldos. La crisis provocada por el descontrol financiero y los bancos ha
servido de excusa para recortar en gasto social, en educación y en salud. El
Estado, que debería garantizar a las personas unos derechos mínimos que les
permitan desarrollarse como individuos y la igualdad de oportunidades, ejerce
de defensor de los privilegiados y de policía. ¿Por qué iba uno a aceptar tener
obligaciones si no gana nada a cambio?
La gente ha salido a la calle,
pero no ha servido para nada, los políticos viven de espaldas a la sociedad. Ya
casi nadie cree en las revoluciones y los poderosos aprendieron que mientras las
personas tienen el agua sólo hasta el cuello no se rebelan. Mantienen justo ahí
el nivel, a sabiendas de que si lo dejaran subir un poco más la gente no tendría
nada que perder, y entonces la desesperación les empujaría a cambiar las cosas.
Pero ya hay ciudadanos que se están ahogando y otros que son conscientes de su
situación, ahí está la esperanza, en que despierten, en que se movilicen y en que
luchen.
Debemos acabar con este sistema
corrompido, sí, pero ¿y luego qué? No basta con cambiar a las personas, hay que
construir una nueva democracia. Para mi aquí se complica la cosa, tengo claro
que no quiero otro sistema controlado por partidos políticos, pero tampoco creo
que la mayoría siempre tenga que decidir lo que se debe hacer, a veces la
mayoría puede estar equivocada. Por un lado, no tengo miedo a que la gente
exprese su voluntad, si quiere partir España o formar una república, que
decida. No obstante, también soy consciente del poder que en el siglo XXI
tienen los medios de comunicación para moldear la opinión pública, por lo que
en realidad, nunca se puede tener una elección realmente limpia. Evidentemente,
no es posible descubrir en un pequeño artículo las claves de un sistema
político perfecto, o por lo menos de uno no tan imperfecto. Creo que se debe abrir
un proceso constituyente sin límites de ningún tipo y se debe escuchar la
opinión de los expertos (juristas, filósofos, economistas, historiadores,
politólogo, sociólogos, etc.). Que ciudadanos comprometidos recuperen el
protagonismo y retomen el control de sus vidas, de su destino. Y el que no
quiera el peso de esa responsabilidad, que se vaya voluntariamente a una
dictadura o que renuncie a sus derechos.
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