Hasta ahora no había escrito sobre la
situación política y social en Brasil porque no quería hablar mal de un lugar
que me acogió con los brazos abiertos y me dio trabajo. Sin embargo, ahora vivo
aquí y no puedo quedarme al margen de lo que pasa. Creo que la mejor manera de
agradecer a Brasil todo lo que me ha dado es hacer propios sus problemas e intentar
contribuir, en la manera de lo posible, a mejorarlo. Por eso tengo que
denunciar el golpe institucional que ayer se produjo en el país. Sé que la
mayoría de las personas que leen mi blog no son brasileñas y por eso quería
explicarles lo que pasa desde mi punto de vista. Hablando con familiares y
amigos uno se da cuenta de que la información que llega afuera simplifica
demasiado los hechos y ofrece, en muchas ocasiones, una visión parcial de lo
que sucede. A estas alturas, a nadie le puede sorprender que escriba que los
medios de comunicación acostumbran a manipular la información en función de sus
intereses empresariales en América latina. Se avecina el final de la izquierda
en la región y nuevas oportunidades de negocio se abren para los inversores
extranjeros. En esas circunstancias, pocos se acuerdan de la enorme población
pobre de esos países, castigada durante décadas por el peor liberalismo
económico, que durante los últimos años vio mejorar sus condiciones de vida
exponencialmente.
La presidenta legítima del país, Dilma
Rousseff, ha sido apartada del poder por una trama de políticos sin escrúpulos,
capaces de corromper las normas constitucionales para conseguir sus objetivos
partidistas. El proceso de impeachment
que ayer culminó en el senado, sólo fue posible por una venganza personal del
presidente de la cámara, Eduardo Cuña, un auténtico gánster, ahora apartado del
cargo por los varios procesos de corrupción que pesan sobre él. Cuña sólo
aceptó a trámite un pedido de impeachment
sin argumentos válidos como venganza contra el partido de los trabajadores (PT),
que decidió no apoyarle en el proceso del Consejo de Ética que se abrió contra él. Para que exista impeachment
tiene que haber crimen de responsabilidad y nadie tiene dudas sobre que las
llamadas “pedaladas fiscales” por las que se juzgó a Dilma, básicamente maquillar
los datos económicos, además de ser una práctica habitual, no generan ningún tipo
de crimen.
Por tanto, lo que se hizo fue un juicio
político a la presidenta. El problema es que Brasil no es un sistema
parlamentario donde el gobernante necesita una mayoría en el congreso que la
apoye, sino uno presidencialista. Millones de Brasileños votaron a Dilma como
presidenta y hoy se ven traicionados por un mal uso de sus instituciones,
capaces de cambiar la decisión de las urnas sin ningún tipo de escrúpulo.
Entre los partidarios del impeachment se suele alegar la
corrupción de Petrobras como argumento para acabar con el gobierno, lo que no
se dice es que esa corrupción se extiende también por los partidos de la
oposición, empezando por el nuevo presidente, Michel Temer, y el líder de la
oposición, Aecio Neves. Mucho se ha hablado también sobre el uso político que
ha hecho el juez del caso lava jato, Sérgio Moro, del proceso. Para mí eso
quedó fuera de toda duda cuando incendió premeditadamente el clima social del
país al grabar una conversación entre Dilma y Lula para inmediatamente hacerla
pública a través de la red globo de televisión.
En mi opinión, el problema de la actual
situación de Brasil es una derecha antidemocrática que en ningún momento aceptó
los resultados de las últimas elecciones. Si quieren llegar al poder, que
consigan más votos que el PT. Una de las cosas que más me ha llamado la
atención de Brasil es que existe una élite económica profundamente clasista que
odia al PT por los cambios que introdujo en el país. Esa derecha liberal no
soporta que se hayan incorporado a la sociedad grupos que tradicionalmente
habían quedado excluidos, como pobres, negros, gays… Consideran que la
izquierda compra los votos por realizar una política de asistencia social y no
ven el momento de acabar con programas reconocidos internacionalmente como la bolsa familia, que permitió salir de la
pobreza a millones de personas, o “minha casa,
minha vida”, que proporcionó viviendas sociales en un país con falta de
casas. A esa derecha salvaje súmenle un grupo de radicales religiosos, muchos
de ellos pertenecientes a iglesias evangélicas, y perturbados mentales amantes
de las armas que son partidarios de asesinar a todos los delincuentes del país.
De ese cóctel es lógico que saliese ese espectáculo vergonzoso que fue la votación
en el congreso del impeachment, con
diputados con banderas en las manos votando por Dios, haciendo el gesto de la
pistola con los dedos, o dedicando su voto a torturadores.
Me gustaría hablar de otro Brasil, de todos
eses otros brasileños que no se resignan y continúan luchando por la
democracia, que defienden una sociedad más justa, pero desgraciadamente esta es
la situación y hoy es un día de luto.
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