Una
idea recurrente en la prensa española después del triunfo de Donald Trump en
las elecciones norteamericanas es que 2016 fue el año del populismo. A la
victoria del polémico político republicano se sumaría el Brexit, el “no” a los
acuerdos de paz en Colombia, el avance de la extrema derecha xenófoba en
diferentes países europeos, etc. Y claro, de paso meten una alusión a Podemos
en España, que cualquier excusa es buena para meterse con el partido de Pablo
Iglesias. El problema es que el adjetivo de populista se utiliza para todo y
para todos, derecha o izquierda, Europa o América latina, y ya nadie sabe muy
bien lo que significa. El diccionario de la RAE no ayuda mucho, si uno busca
populismo aparece la siguiente definición: “Tendencia política que pretende
atraerse a las clases populares”. En principio, no parece que intentar
conseguir el apoyo de los grupos populares de la sociedad, normalmente los
menos favorecidos, sea una cosa tan negativa como para que la palabra populista
signifique la suma de todos los males que puede reunir un político. En el
lenguaje coloquial su uso es más amplio, tendría que ver con aquellas personas
que engañan a la gente prometiendo cosas que no pueden cumplir, pero aquí nuevamente
entramos en un espacio impreciso. No conozco ningún político que no haga promesas
que luego no cumple, según esa idea, todos serían populistas. ¿Es populista
decir que se tiene que subir el sueldo mínimo? ¿Qué las grandes fortunas
también tienen que pagar impuestos?¿Qué se va a nacionalizar una empresa
estratégica? Yo creo que no, son sólo opciones políticas perfectamente
aplicables.
Luego
también están los gestos, es populista el que besa a un niño en un mitin o el
que se hace una foto con la camiseta de la selección, pero nuevamente, eso lo
hacen la mayoría. Tiene que ser otra cosa lo que los distinga, quizás sea el
discurso político, ya que otra de las características que apuntan los
académicos para identificarlos es que establecen una división social dicotómica,
entre nosotros y ellos, entre puros e impuros. Sin embargo, los autodenominados
“políticos realistas”, también establecen una división entre ellos, que saben
lo que hay que hacer, y los populistas, que no tienen sentido común, son
utópicos y van a llevar al país a la ruina. En resumen, otra dicotomía entre
buenos y malos, o lo que es peor, entre listos y tontos.
Entonces,
si nadie sabe explicar bien lo que es un populista ¿Por qué se utiliza tanto la
palabra? En mi opinión, existe una clara intención propagandística. La idea es
confundir a las personas, que no sepan identificar cuáles son las características
particulares de cada fenómeno político analizado. El chavismo no tiene nada que
ver con Donald Trump, ni la campaña de Uribe en Colombia con el Brexit en Reino
Unido, o Syriza con Berlusconi. La imprecisión consigue vaciar de contenido la
palabra y, de esa forma, puede aplicarse a conveniencia. Así, el camino ya está
allanado para poder acusar de populista a cualquier movimiento político que
intente proponer algo nuevo o diferente. En el caso de Podemos, el calificativo
de populistas se incluye en la vieja estrategia del miedo, asustar a las
personas con esa palabra que recuerda tanto a Hugo Chávez como a Trump. La
comparación con este último resulta especialmente dolorosa, ya que la izquierda
siempre estuvo en la vanguardia de la lucha contra el racismo, el machismo o la
xenofobia.
Por
otro lado, la generalización del término populista simplifica el fenómeno. La
descalificación de los llamados populistas oculta los motivos por los que tanta
gente los apoya y evita la autocrítica de los políticos “realistas”. En primer
lugar, todo el mundo sabe desde la segunda guerra mundial que la desigualdad y
la pobreza son el caldo de cultivo del nacionalismo. El desempleo, la falta de
oportunidades, puede empujar a la clase obrera al racismo y a la xenofobia. Los
políticos “realistas” son responsables de gobernar sólo para unos pocos,
empeorando las condiciones de vida de la mayoría. Además, es precisamente el
desencanto de una gran parte de la población con una clase política alejada del
ciudadano y corrupta, lo que abre la puerta a partidos liderados por personajes
populares que no son políticos profesionales (empresarios, militares, actores o
payasos). Para muchos, cualquier cosa es mejor que un político o que el hijo de
un político. Por tanto, tal vez sea más interesante, antes de descalificar al
adversario con la palabra populista, pensar cuáles son las diferencias entre
unos y otros. Y en vez de pensar que sus votantes son estúpidos que no saben elegir,
preguntarse porque tantos les siguen. Quizás así los políticos puedan hacer
autocrítica y volver a conectar con esa masa de gente de la que se alejaron hace
tiempo. Si no, serán precisamente esos “realistas”
quienes caben con su incapacidad la tumba de nuestras democracias.
1 comentario:
Noventa y nueve por ciento de acuerdo Alberto. Enhorabuena por tu facilidad para escribir y por tener el tiempo y el tesón para hacerlo. Se me ocurren otros términos arrojadizos de unos y de otros que tal vez te pudiera interesar tratar: constitucionalistas, cuñadismo, ineficacia neoliberal, antisistema, y casi mi preferido: antidisturbios
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