21 abril, 2008

LÁGRIMAS EN LA SELVA

En algún lugar perdido al otro lado del océano, tirado sobre el húmedo suelo de la selva y empapado en sangre, Santiago ve escaparse lentamente su vida a través de los agujeros abiertos en su cuerpo por las flechas -¿cómo he llegado a este momento? - Se pregunta desconcertado. Alza la mirada y entre las hojas de las ramas que apenas dejan pasar la luz del día, trata de adivinar el cielo, ese cielo que imagina que será igual al que dejó hace años en Castilla, ese cielo que miró tantos días desde la cubierta del barco que le alejó de su casa.
– Vente a las Indias - le dijo su primo – allí los hombres medran y olvidan el hambre – y el lo creyó. Le sedujo la imagen de los indianos que llegaban a su pueblo presumiendo de grandes riquezas, gastando el dinero a manos rotas y luciendo los mejores trajes, aquellos que el vio crecer como carpinteros, pastores o simples campesinos y que ahora utilizaban el “don” delante de sus nombres y colgaban escudos de armas sobre las puertas de sus nuevos palacios de piedra, como si fuesen hidalgos. Escuchaba atento las historias de riquezas inmensas al alcance de la mano, ríos de plata y casas hechas de oro, animales fantásticos, hombres mitad bestia que andaban desnudos y comían carne, y decidió probar fortuna. - ¡que ingenuo fui! – piensa Santiago
Entre la inmensidad de ruidos de la selva, cada vez más débil, apenas puede reflexionar con claridad, pero al ver apagarse su vida comprende que su sueño nunca se cumplirá. Aun recuerda las palabras que le dijera a Juana antes de partir:
- Yo no me olvidaré de ti, volveré valiendo más y entonces nos podremos casar, no tendremos que trabajar con las manos y criaremos muchos hijos que llevarán con orgullo el nombre de su familia.
La imagen de Juana aparece ante sus ojos como un fantasma, mirándole con una expresión de lástima, y Santiago, que apenas puede pronunciar palabra, consigue expulsar algo de aire de sus pulmones, lo justo para pedir perdón en voz alta, como si aquella imagen fuera real y pudiera oírle. Perdón por no volver, perdón por no cumplir su palabra.
Entre los árboles ve acercarse una sombra, se trata de uno de los salvajes que atacaron a su compañía por sorpresa, su pelo es largo y liso, el color de su piel es oscuro y su aspecto es impresionante, los enormes tatuajes y los pendientes de piedras o hueso que cuelgan de sus orejas y nariz atemorizan más a Santiago que el puñal de obsidiana que lleva en su mano derecha. Todo aquello era tan extraño, el párroco de su pueblo le dijo que Dios había querido que España descubriera las Indias para que los castellanos ganaran todas esas almas para la Iglesia de Roma, que los naturales estaban esperando que se les llevase la palabra del señor, y que todos los que colaborasen en esa gran misión ganarían el reino de los cielos, entonces -¿Por qué se resistían? – Su experiencia en el Nuevo Mundo había enseñado a Santiago que los indios no querían renunciar voluntariamente a sus viejos dioses y a sus ritos paganos, habría que salvar sus almas con las armas.
El tiempo se acaba, aquel horrible indio se acerca a terminar con su puñal lo que empezó su arco. Santiago había oído que los salvajes arrancaban el corazón a sus victimas aun vivas y se lo comían, está muerto de miedo y llora, llora por morir de aquella forma, en tierra de paganos y sin nadie que le quiera a su lado. El fue a las Indias a ganar lo suficiente para formar un linaje, quería volver a su querido Medellín y pasear por sus calles en un hermoso caballo, pero ahora todo eso daba igual, sabía que el rey nunca recompensaría sus hazañas y que su nombre nunca sería recordado. Santiago se muere solo, condenado al olvido de los fracasados.

2 comentarios:

ilmo dijo...

Tan positivo como siempre, mamón.

Idrisumara dijo...

Me gusta, me parece que forma parte de la realidad de la vida...
tengo pendiente contestarte en mi blog a lo que me escribiste el otro día, no me olvido. A ver si lo hago este puente.